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Una forma de la nostalgia

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La imagen visual como representación realista está comprometida con la dimensión descriptiva del mundo, y más allá de sus consabidos ajustes y sutilezas de verosimilitud siempre refiere a una mirada confrontada a un objeto con presencia plena y simultánea; es decir, el ojo del observador y lo observado definen el hic et nunc del fenómeno experimentado. Estasimultaneidad  plena había definido, por ejemplo, las consabidas representaciones de la tradición clásica: la imagen desde el siglo XV hasta el umbral de la revolución industrial dio cuenta de lo real como naturaleza y cultura. Sin embargo, la estética moderna fractura  esta tradición  y sus estrategias representacionales, abriendo todo un mundo de posibilidades expresivas hasta entonces desconocidas; explorar los valores matéricos  y cromáticos, desmontar el canon compositivo, deslizar el concepto, exacerbar el gesto como signo de expresión y rebeldía personales serían lugar común de la imagen liberada y sin posibilidad de retorno.

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La obra de Lilian Camelli se ubica en esta última encrucijada del devenir de  la imagen si consideramos su acotada y personal expresividad, cuya motivación se gesta en la urgencia, los entreveros y fantasmas de la memoria. Vistas urbanas de la arquitectura de Ypacaraí, su pueblo natal, juegos de la infancia y los interiores de vivienda estructuran el campo visual de su obra; aquí la disputa por lo real e imaginado se impregnan de recuerdos, de ambigüedades, de misterio, de intensidades emotivas y, si se quiere, de la laxitud y requiebres inevitables de la memoria.

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Su mirada que otea el pasado no busca restablecer el orden y los valores perdidos, sino simplemente experimentarlos y sopesarlos como algo que ya fue, pudiendo haber sido edificanteso no. Hacerlos redivivos en la imagen como signo vital, y no meramente representacional,supone desdeñar, por ejemplo, la lógica perspectiva y buscar en la alteración de la norma una espacialidad expresiva, intensa, casi  carnal. Es por todo esto que la abrupta alteración de un punto de fuga y la simultánea asunción de un plano cromático alternativo no devienen faltas o desajustes  estructurales, sino estrategias para acotar un sentido, para  proyectar un sentimiento profundo y para domeñar la ferocidad del tiempo fugitivo.

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Una  particularidad notable  es el mundo objetual –cosas, enseres, muebles,…- con el que definee inscribe la identidad de un lugar y de un momento en los que algo sucedió; cuestión que evita lo meramente anecdótico trabajando la historia profunda del objeto, asediando su significado desde la memoria y su función humanizada, al tiempo de exaltar su sesgo culto-ritual.

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Mucho queda por decir de esta propuesta -¿intimista, autobiográfica?- que busca a través de la pintura hurgar en los repliegues de la memoria como experiencia vital y compensadora. Tarea que Lilian llevó acabo asumiendo y acatando con honestidad la complejidad de la imagen expresiva, una que le permitiese traer a la superficie su sensibilidad y su fantasía, sus convicciones y sus temores, sus fantasmas, así como sus esperanzas, evitando anteponer la imagen etiquetada a la contundencia formo-expresiva. Es así como toda su obra potencia su sentido y puede pasar por alto la casi obligada ubicación en alguna tendencia de la estética contemporánea. Hoy, ella  sabe el valor de la exploración de la imagen como medio genuino y liberador del ser humano que busca vivir y hacer el mundo.

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Carlos Sosa

Ypacaraí, abril de 2016

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